La vida nos toma y al menos a mi me mete en mil cosas. Es un banquete lleno de cosas ricas las que dentro mi “voracidad” me dan ganas de tomarlas todas. Desde que hace unos años decidí no planificar mi vida como lo hacía siempre cada enero y preferí que la vida se fuera desplegando paso a paso, siempre llego a diciembre maravillada… miro hacia atrás y recorro las personas, los encuentros, lugares, las cosas que hice, los proyectos que pude crear o inventar con otros y me sorprendo diciéndome: “la mayoría de esas personas, o cosas no existían en mi vida al inicio de este año y mira todo lo que ha ocurrido, cuanto río ha trascurrido…” Y no me queda más que agradecer.
Ahora bien, de este modo voy por la vida, con los ojos bien abiertos a lo que cada día me ofrece, pero a la vez eso me trae problemas. Decir Si a la vida significa que me apasiono, me meto de cabeza, me enamoro de proyectos, creaciones, personas y encuentros pero a ratos me “sobrevendo”, me olvido de mis límites, de mis años, de mi cansancio, propio también de esa misma entrega. Me pongo omnipotente y lo que es peor puedo perder también el verdadero sentido. Y es eso lo que tengo que cuidar y regular. Para ello necesito detenerme cada tanto y preguntarme: desde donde lo estoy haciendo? por qué y sobretodo para qué?
Y en esas he andado este tiempo de afanes y ofertas múltiples, de demandas y necesidades de tantos a quienes quiero… La pregunta clave que me hago, que hago al universo, a Dios: donde pongo mi energía? Qué es lo realmente mío y me ayuda en mi camino? Qué me entrampa? que me aleja? Qué me distorsiona? Ufff! difíciles preguntas, sobretodo responderlas. Pero por ahí parece que hay que entrar.
Hay algo que me ha dado vueltas mucho estos días que conversaba con una gran amigo jesuita: Me decía que muchas veces nos encandilamos y vemos como positivo y bueno algo que en el fondo nos entrampa. Eso puede ser desde un “amor”, una gran causa, un proyecto u otra cosa. Y es ahí donde tenemos que estar atentos. Es fácil contarnos el cuento y “narcotizarnos” (me encanta la palabra, porque implica eso de estar como dormidos).
Sí, podemos narcotizarnos. Que puedo hacer entonces para despertar? Cuando estoy en el “hacer” intenso a veces no me doy cuenta, más aun, parece que es más fácil andar narcotizada...
Sin embargo hay dos cosas me ayudan a salir de ese estado: el silencio, el entregarse a escuchar para que me hable el alma, el ser o el mismo Dios. Y lo otro, estar atento a las señales que aparecen en el cotidiano: un hecho, un encuentro, un llamado o una frase pueden ser claves. En esos momentos uno descubre y devela sin duda cuál es el camino...ahora hay que atreverse a transitarlo.
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