Héctor Soto, columna La Tercera
No somos nada. Tremenda novedad. Eso lo saben hasta los malos filósofos y cualquier metafísico del tango es capaz de peinarse con la idea. Pero es el saldo -el saldo y la sensación- con que uno se queda después de una experiencia así. Los terremotos, con la fuerza que tienen en Chile, son seminarios cortos, pero muy intensivos de humildad. Nos reducen a la condición de cucarachas. Nos exponen a la más absoluta indefensión. Nos enfrentan a las verdades elementales del terror, lo incontrolable y lo desconocido. Sacan para afuera al narciso o al neurótico que llevamos disfrazados; a veces a los dos. Allí donde nos creíamos complejos y cultivados, aparece lo básico que podemos ser. La experiencia o nos deja muy para adentro -bloqueados, aterrados, descompensados- o nos vuelca compulsivamente hacia fuera. Tratamos de hallarle una explicación, algún sentido, a lo ocurrido y como no se lo encontramos ni tampoco lo tiene, nos sentimos pistoleados. Como Job, también nos preguntamos por qué a nosotros. Y, bueno, nos lamentamos y pensamos que nos ha ocurrido una tragedia, hasta que la televisión nos recuerda que siempre hay compatriotas que la sacaron peor. Los terremotos -qué duda puede caber- están entre los mayores sustos que vamos a vivir. Mi generación ya lleva tres en el cuerpo -el 71, el 85 y ahora- y personalmente ya no quiero más. Malditas placas geológicas: pónganse de acuerdo de una vez por todas. La catástrofe también pone al desnudo lo vulnerable que somos. Después de tantas ínfulas, la emergencia prueba que las comunicaciones en el Chile de la modernidad no son tanto mejores que en el país anacrónico y de siempre. Las carreteras se cortan, las vías concesionadas se desploman, el aeropuerto se cierra. Menos mal que el agua no se cortó y que la electricidad volvió pronto a gran parte de la zona afectada. Todavía no van a haber concluido las réplicas del sismo cuando, en tres o en seis meses más, si es que no antes, de las heridas de este terremoto horroroso apenas queden huellas. Esto es un hecho: el país volverá a funcionar, y volverá a funcionar pronto, entre otras cosas, porque lo que sería un cataclismo en cualquier parte, aquí es sólo un trago amargo, muy amargo, pero no mucho más que eso. Cada cierto tiempo Chile se viene abajo y los chilenos lo volvemos a levantar. Esto es parte del costumbrismo nacional. Es lo que ha ocurrido una y otra vez en nuestra historia. Con cada sismo entrega un cierto aprendizaje, pero ni uno solo hasta ahora nos ha encontrado preparados. Nunca hemos aprobado enteramente el test, porque es imposible. Pero nos consuela pensar que calificamos mejor que otros países, que son rajados de manera infamante por simples temblores. Claro que hay que estar un poco mal del chape para ser líder en terremotos y enorgullecerse. ______________ Héctor Soto es abogado y fue fundador y crítico de cine de la legendaria revista Primer Plano. También escribió crítica de cine en el diario La Tercera y otros medios. Aquí cuelgo parte de su mirada. Es autor del libro Una vida crítica
No hay comentarios:
Publicar un comentario